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lunes, 21 de diciembre de 2009

REY CAZADO

La presa se movía con rapidez y en silencio entre el largo pastizal, solo el movimiento de éste la delataba a los ojos atentos que la acechaban. Se detuvo un instante para oír, oler algo en el aire viciado de calor: no había ni una mínima brisa, ningún sonido llegó a sus orejas a no ser el de los latidos, el cazador también se había detenido para no ser descubierto.
Tenía miedo, todos los suyos habían sido atacados y muertos a lo largo de los días que intentaban huir de aquella terrible pesadilla que la naturaleza había engendrado. Estaba herido, la sangre que manaba de la herida que iba desde el ojo izquierdo hasta el borde de la boca era incesante y le dificultaba la visión. No podía detenerse a intentar curarse y lamentarse, tenía que correr si no quería morir también. Sabía que lo perseguían, que lo estaban siguiendo desde el principio, ningún ser vivo puede cambiar su suerte si ellos se empeñan en matar. Comenzó a correr otra vez sin pausa, jadeando a causa del esfuerzo y de pronto oyó otra vez aquel sonido espantoso, grave. Aquel sonido que hacía huir a todos los animales, pues era el sonido que hacía la muerte cuando se acercaba. Los oyó por todos lados, como si lo rodearan, delante, detrás, a los costados, cada vez más cercanos y amenazadores. Tropezó con un pozo escondido por pasto seco y cayó para levantarse desesperadamente en otra carrera mortal.
Sentía el dolor en cada músculo debido al esfuerzo realizado, la coordinación se iba disipando lentamente a cada paso y pronto las fuerzas no le dieron para continuar: cayó rendido con un sonido sordo al chocar contra el suelo levantando polvo. Pronto sintió la presencia de ellos cercanos a él, los oía moverse entre los pastos. Lo rodeaban ya, sin hacer aquellos ruidos espantosos pues la presa había caído y no era necesario amedrentarla más. De entre la muralla vegetal salió el primero de ellos y el hombre rendido miró a los ojos al león que tenía frente sí. La cacería había terminado.

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