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sábado, 25 de julio de 2009

QUERIDA LECTORA

Usted, querida lectora, ha de disculparme en un principio por haberla mirado así, no sé que pasó: como si un mirlo hubiese cruzado volando y llamado mi atención, la cual irremediablemente (también podríamos decir casi inevitable e inexorablemente) iría a fijarse en sus ojos en vez de seguir con el gracioso vuelo del ave. Pero no puedo darme el lujo (el honor) de quedarme con toda la culpa yo solo, dado que ya a la altura del momento en que al mirlo le dió por aparecer en mi campo visual, me miraba usted fijamente a la cara, sin piedad, como pretendiendo enamorarme de golpe y sin prefacio de distancias que gradualmente se acortan... querida lectora, debo decirle que si ese era su propósito, lo logró.
Pero no es momento de describir aquel sutil encuentro que el destino (ni siquiera el destino) no pudo evitar. Este pequeño texto pretende ser la disculpa que no le di cuando las modalidades de la cortesía típica de dos desconocidos totales andaba aún por la vuelta, rondando aburrida por los alrededores de la intimidad que brusca como un alba tuvimos, digamos dos o tres segundos después de que su realidad y la mía se tornaran irrelevantes al paso ominoso del tiempo. Ah! la cortesía, querida lectora, desapareció, salió huyendo cuando usted (acaso no totalmente inocente) permitió que parte de mi anatomía la envolviera levemente por debajo de las canciones de Silvio Rodríguez, o acaso tal vez usted anduviera tan perdida como yo y necesitara (al igual que yo) del contacto humano sobre la epidermis y el alma.
Querida lectora, yo sé que suenan ya un poco tardías estas palabras, nacidas de las manos de quien busca poesías y secretos escondidos en su piel (usted ya sabe, no se cansan nunca del continuo tacto con su parte física de la existencia), pero al menos déjeme (entre beso y beso) cumplir con la parte formal de este asunto en que tan agudamente nos hemos interesado. Usted debe intentar comprender, separar esos brazos (que rodean su cintura por detrás) de los labios que le murmuran al oído, y quedarse con las palabras que serían la parte esencial de la disculpa. Y disculpe que las palabras sean casi jadeantes querida lectora, pero estar cerca usted dificulta mi habitual forma de percibir el mundo.
Ya no tiene sentido, usted entenderá, seguir ocultando esto. Fuimos de cabeza al fondo del asunto, al grano, a los besos y amaneceres transpirados, a las miradas desnudas, a las palabras sin adornos y sin hipocresía, ni rococó ni cortesía, usted me ama querida lectora, y yo le amo. Se nos pasó por alto seguir el protocolo, ni presentaciones ni “te veo la próxima semana”, directamente a las almas fuimos, usted a la mía querida lectora, y yo a la suya. De todas maneras habría que ver de quien fue la culpa real, porque yo le miré a los ojos, es verdad, pero usted ya me miraba... como me mira ahora, como me lee, querida lectora, desde el fondo de todo, sin piedad, sin prefacios de distancias.

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