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jueves, 25 de marzo de 2010

IGNOTO

 Hola gente! Este es un capitulito, apenas una hojita de una novela que hace tiempo empece. Es larga de explicar la verdadera trama que motiva todo, pero me sirve mucho para ir jugando con el tema de las personalidades y sentimientos de los personajes. No se, intento lograr una sensación, ustedes diran!

                
    Con el merecido nombre de Ignoto, el hombre cruzó el pueblo a paso lento, llevando en una mano las riendas de la mula que cargaba con su equipaje y en la otra una carta dirigida a Alejandra Montes, un sobre azul. Como decíamos, hombre y mula cruzaron el pueblo lenta-mente, notándose sus fatigas en cada paso y en la cabeza gacha de Ignoto que hacía frente al poderoso viento que reina en éstas sierras protegiéndose con su poncho de viaje y el sombrero estilo panameño de paja entretejida, todo manchado de lluvias y otras tierras que no son las que ahora. Son las dos de la tarde y el cielo está encapotado, vestido de un gris oscuro que parece presagiar tercamente una torrencial lluvia. Ignoto dobla en una esquina y camina hasta una casa de la que apenas se adivina el azul que la decoró en otro tiempo, ahí vive Alejandra Montes. La casa tiene dos pisos, el primero está dedicado y ocupado por una mercería, que es a lo que dicha señora se dedica, y el segundo simplemente hace el papel normal de vivienda. Alejandra está atendiendo a una clienta septuagenaria (que duda entre un botón lila o uno rosado) cuando ve aparecer a través de la ventana un poco sucia la figura emponchada y encorvada del viajero seguido de su mula. Pidió disculpas a la clienta que ya parecía inclinarse por el botón lila y salió rápidamente al encuentro del viajero, Buenas tardes Ignoto, tanto sin verte por acá. Ignoto termina de atar la mula al cerco que separa el tosco jardín delantero de la calle (porque en este pueblo no hay veredas) y se saca el sombrero echando hacia atrás de un sacudón brusco la melena negra que se dejó crecer hasta los hombros, todo a un mismo tiempo. Buenas tardes, si se puede decir eso en un día como hoy, Doña Alejandra, estaba de paso por Ganchos y el cartero me preguntó si por esas casualidades no pasaría por estos parajes, como le dije que si me pidió que le hiciera el favor de alcanzarle esta misiva a usted, Te agradezco muchísimo la molestia que te tomaste al venir hasta acá, Pero faltaba más, ninguna molestia, tenía que venir de todas maneras a buscar un hacha porque la mía se melló la semana pasada y además me queda de camino a casa, Pero ahora vas a pasar un instante aunque sea para calentarte un poco las manos, te convido un trago y conversamos un rato ¿si?, Ya que lo ofrece, estoy muerto y un descansito no vendría mal, no creo que se largue a llover antes de cuatro horas.

    Ignoto entró al local y saludó a la anciana que se había decidido finalmente por el botón lila, Buenos días Doña Anastasia ¿como está usted?. La anciana, que efectivamente se llama Anastasia, miró al recién llegado haciendo una mueca de desagrado al ver el polvo que cubría la mayor parte del poncho de viaje de éste, así como las cejas y parte del bigote y la barba, en su conjunto y a la vista común, Ignoto resultaba un ser peludo en exceso, característica que iba contra los cánones de belleza de aquel pueblo de cinco esquinas, al cual pertenece justamente Doña Anastasia. El mohín de la mueca se convirtió en una sonrisa curvada hacia abajo y sin devolverle el saludo se dirigió a Alejandra que entró detrás de Ignoto y estaba cerrando la puerta al tiempo que daba vuelta el cartelito de CERRADO, Me gusta más éste lila ¿tendrías diez más?, Si como no Doña Anastasia, espéreme un segundito que se los voy a buscar. Condujo a Ignoto a través de un pasillo y al final le señaló una escalera
a la derecha, Subí y esperame que termino de atender a Doña Anastasia y enseguida voy, podés lavarte la cara, sacarte el poncho y sentarte a descansar, en fin, estás en tu casa, y dicho esto Alejandra se alejó en sentido contrario hacia el minúsculo cuarto donde tenía cajas y bolsas llenas de botones y otros objetos propios del local.

    Ignoto subió lentamente las escaleras, es un hombre acostumbrado a hacer esfuerzos y a la vida salvaje de movimiento permanente, con los nervios templados y las formas de actuar y moverse que suele dar una cuantiosa experiencia de vida, ya sea por sus medidas cuantitativas o cualitativas, pero el cansancio que siente luego de tres días seguidos de viaje hacen que su cuerpo pese como plomo en cada escalón. Como ya comentamos anteriormente, es un hombre con cierta tendencia hacia el lado piloso más que el lampiño, así lo indican la densa mata de pelo y la hirsuta barba que han elegido su cabeza para florecer, pero también pude verse una densa capa de vellosidad en los antebrazos arremangados y en las manos grandes y callosas de trabajo que tironean del poncho y lo cuelgan en la percha

que hay detrás de la puerta. El comedor estaba apenas iluminado por la luz que atravesaba las persianas, buscó la correa y las levantó un poco para tener más claridad. Era un cuarto rectangular en cuyo centro había una mesa redonda y tres sillas, en la habitación de al lado se podía atisbar la cocina (una garrafa, una pileta con un armario largo colgando encima de la pared y un escurridor al lado con un plato, un vaso y un par de cubiertos). Tomó asiento y lanzó un suspiro al estirar las piernas cansadas y doloridas, pronto sintió los pasos de Alejandra que venía apresurada por la escalera, Al fin se fue esa insoportable, siempre hace lo mismo, dice que prefiere una cosa y cuando le traigo lo que pide hace como que cambia de idea y pide la otra y otra vez ir a buscar los malditos botones que están al fondo de todo donde hay que mover mil cajas y, la voz de Alejandra se convirtió casi en un murmullo cuando entró al cuarto y cerró la puerta a espaldas de Ignoto que se había enderezado sorprendido y con los ojos muy abiertos ante la súbdita mutación de la dulce Doña Alejandra a esa Alejandra enfurecida que echaba sapos y culebras detrás de la gruesa madera que daba a su cuarto. La puerta se volvió a abrir y Alejandra salió vestida con ropa de casa, mas cómoda, Bueno ¿qué te puedo servir? no es que abunde mucho en licores mi casa pero seguramente alguna cosa sobrará de mi marido, No se moleste Doña Alejandra que no me voy a quedar mucho por acá, pronto se va a largar a llover y tengo que estar en camino en pocos minutos, Pero por favor Ignoto, parece que realmente no me conocieras desde hace años, sabés muy bien que de acá no te vas hasta que por lo menos tomes un trago, creo que vi una petaca de whisky en un cajón o sería tequila, ya veremos. Y dicho esto se fue a la cocina y se puso a revolver el armario colgante abriendo y cerrando puertitas que soltaban imágenes fugaces de fideos, arroz, cacerolas, especias, en fin, lo que normal-mente encontramos en las despensas hogareñas. Finalmente Alejandra soltó una exclamación triunfal y una pequeña botella de vidrio apareció de entre ruidos de bolsas y potes de plástico, grapamiel, una bebida dulce que lo incendia todo a su paso, lenguas, gargantas y recorridos estomacales reconfortados con el leve chispazo quemante que exorciza cualquier frío interior. Alejandra sirvió y gastó la botellita de una sola vez, pero igual eran vasos grandes, entrechoca-ron y se sonrieron, Muchas gracias Doña Alejandra, lo andaba necesitando, no sabe el frío que traía, Ignoto intentó contener la risa al ver las muecas de Alejandra y su pelo revoleándose mientras la grapamiel le incendiaba la garganta, ¡Carajo como quema esto! ¿siempre me vas a decir Doña? me hacés sentir una vieja, Pero si usted es mas joven que yo, Pero eso no parece ser un impedimento para que ya casi cumplas diez años de Doñas Alejandras y usted esto usted lo otro, Perdone Doña Alejandra, a veces uno no puede con la educación que recibió de chico, se queda clavada en uno como un tornillo a la madera, ¡Dios! el día que me trates de tú hago una fiesta con todo el pueblo y vos como invitado de honor, bueno, vamos a ver que me trajiste, ¿No prefiere que me vaya para leer tranquila?, Pero por favor, dejate de pavadas que ya me estás haciendo pensar que te pasó algo en el viaje, un golpe en la cabeza o algo por el estilo, Alejandra se levantó a tomar el sobre azul que había dejado en la mesa de al cocina y ya de paso encendió la lámpara del ventilador (de techo) haciendo desaparecer de manera fulmi-nante la penumbra que había comenzado a enredar desde afuera la luz en la ventana, signo de que se avecindaba una noche prematura. El sobre fue decapitado y dos papeles escaparon y fueron atajados en el aire por los dedos delicados, suaves y para nada peludos de ella, manos blancas y cruzadas de líneas por el trabajo de años, manos que habían desdoblado el papel más largo y en las que ahora se percibía un temblor que las crispaba, Ignoto al percibir esto dejó de mirar los dedos y pasó a concentrarse en la cara de Alejandra, pero el único cambio que pudo percibir además del sorpresivo blanqueo de sus facciones fue el repentino apagón, una pincelada de algo que le opacó los ojos y que así los dejaría, como sin luz, durante mucho tiempo hasta que la humedad retrocediera y nuevamente la vida y la alegría se atrevieran a rellenar los espacios vacíos que habían abandonado tan vertiginosamente, pero no nos adelantemos a la historia y salgamos de los ojos para ver los labios que se muerden y la mueca de dolor que su dueña no puede disimular por más que haga el intento, algo se le está partiendo por dentro y su serenidad, a ojos vista está esto, se derrumba como un edificio, un castillo de naipes, yo que sé, no podemos comparar el alma humana con estructuras materiales sin dejar cosas esenciales fuera. Puede ver como nace la primera lágrima del rostro, la segunda, caen zigzagueando en una danza leve, la mira a los ojos pero ella no se da cuenta y llora en silencio con la vista clavada en el papel que apenas alcanza a sostener quieto. Por educación Ignoto no ha preguntado nada todavía, pero su instinto le dijo desde el principio, desde el leve temblor de manos, que algo no iba bien e iba a empeorar, la veía estremecerse en la silla sin soltar el pa-pel, no sabía que decir, no imaginaba que sería aquello que la estaba trastornando tanto, en-tonces hizo algo que jamás en su vida se hubiera atrevido a hacer, que barreras del grosor de un muro medieval y hechas de enseñanzas amalgamadas a la forma de vida particular que era la suya le hubieran impedido moverse, pero ahora las lágrimas habían diluido los muros y los había hecho barro, allí enfrente a él estaba su amiga, su única amiga, tal vez la única mujer que entró en su vida realmente y lo suficientemente profundo como para crear una amistad que durase diez años como hasta ahora, así que estiró las manos y atravesó la mesa, a Ignoto le pareció que atravesaba un desierto que de pronto se había formado entre ellos, y atrapando las de ellas que eran casi puños que apretaban la hoja, tembleques y pequeños, las rodeó y apretó apenas, con suma delicadeza como si se trataran de dos tallos de una flor extremadamente frágil. Alejandra sintió el leve apretón en sus manos a través de la bruma de tristeza que más rápido o más lento le recorría por entera, como un frío repentino que salía de sus huesos y explotaba hacia la piel atravesándolo todo. Sintió otro apretón y apenas divisó unas sombras tibias que ocupaban el lugar donde antes le parecía haber visto sus manos, miró hacia el frente y vio la imagen borrosa de alguien sentado al otro lado de la mesa, se acordó de que Ignoto estaba ahí, cayó en la cuenta de que él era quien le tomaba las manos, soltó la hoja y se le-vantó de la silla para ir a aquellos brazos abiertos, a aquella imagen brumosa, borrascosa de lágrimas mientras en su mente solo se repetía como una letanía que no puede ser no puede ser no puede ser, sintió como aquel que seguramente era Ignoto la rodeaba por completo, sin-tió la barba áspera contra su mejilla, y algo en ella se volvió a romper, pero con alivio, como una marea contenida y cuya contención solo provocaba un dolor punzante en el pecho. Alejandra apoyó la cabeza en el hombro de Ignoto y lo sintió murmurar cosas ininteligibles mientras ella se abandonaba al dolor temblando como una desquiciada y dejaba escapar el resto de esas gemas tristes y lentas, como palabras translúcidas y cargadas de la sal de los sentimien-tos, las lágrimas.

    La sombra híbrida, o para decirlo de otra manera, la que sufrió una repentina meta-morfosis en la cual dos cuerpos, el de un hombre y una mujer, se fusionaron de esa manera tan perfecta y única que tienen las sombras de mezclarse por estar hechas de la misma sustancia, duró todo lo que tardaron los despojos que quedaban del día en ser engullidos por la verdadera noche, lo que determinó un cambio brusco a temperaturas inferiores en los exterio-res e interiores de la casa. Ignoto fue testigo de todas las arcadas de dolor que sacudieron a aquella mujer durante esa hora o esas horas que duraron, su esternón sentía la humedad fría que había atravesado el buzo y la remera, las lágrimas de ella, aquella herida líquida y sinuosa que lo había tocado con sus dedos tibios al principio. La sintió temblar bajo sus brazos, los estremecimientos que parecían venir desde una profundidad desconocida y abismal, los espasmos y los intervalos ruidosos en que la oía sorberse los mocos para volver con otra tanda cada vez más fuerte de lágrimas y temblores, ella tenía los brazos recogidos con la cara escondida en ellos. Pero si abandonamos ésta crisálida de situación tantas veces vista en la his-toria de la humanidad (desde siempre hubo mujeres y hombres sufriendo en los brazos de otros hombres o mujeres) y arañamos un poco más allá de la vista, o mejor para decirlo de manera directa: si nos ponemos en la piel de Ignoto, que más allá del abrazo y el consuelo que está dando a su amiga no parece expresar ningún otro sentimiento, si caváramos debajo de esa epidermis y cayéramos por sus venas hacia lo profundo de su ser sentiríamos como en contra de su voluntad y por lo tanto cargándole en cierta forma la conciencia, percibe y se de-leita con el perfume de Alejandra, que siente nítido y profundo como un cuchillazo, lo quiere aspirar y hace esfuerzos desesperados para que ella no note la agitación de su pecho y por pudor vaya a privarle de éstos instantes en que el olor puro a mujer mezclado con el aroma suave del jabón con que se bañó al parecer esta tarde lo está invadiendo poco a poco, trepán-dolo como una enredadera. También nos daríamos cuenta de la súbdita conciencia que su cuerpo tomó del cuerpo de ella, de las formas que lo tocan y se derraman sobre su pecho y hombro, de las piernas de líneas firmes y redondeadas que están sobre las suyas, la dureza de aquella cadera que abrazaba contra la suya, y de los malabarismos en miniatura para evitar que ella note la excitación que muchas veces acude en situaciones como ésta, en que la cer-canía de dos cuerpos no conoce de palabras ni lágrimas. Pero todo esto, no lo olvidemos, está pasando casi en un segundo nivel, casi inconsciencia pero sin llegar a serlo, pues Ignoto tam-bién está afligido (eso ahora podríamos verlo en sus ojos, clavados y perdidos en las profundi-dades oscuras y encrespadas del pelo de ella derramado en su espalda) por el estado en que se encuentra Alejandra, su amiga, quien ahora que se le ha pasado más o menos el nudo angustioso y comienza a serenarse.

    A Alejandra se le secaron los ojos después de pasar una hora llorando como una des-cosida, luego vino el llanto en seco: los mismos movimientos convulsivos, la misma náusea de dolor y tristeza pero sin manifestaciones líquidas que la acompañen al exterior, dicen que llorar así duele más. Las palabras del papel (inmóvil al otro lado de la mesa) se le han grabado en la mente como una obsesión, no logra contener la marea de pensamientos negros y pesimistas que acuden en enjambres atosigándola sin misericordia. Pero algo se remueve en ella, cosas que están ahí pero ni siquiera se atreve a decirlas con la voz del pensamiento, éste hombre que la abraza ahora la está invadiendo a través de sus sentidos, sus murmullos constantes producen cierta sordina en su malestar como si fueran un velo leve colocado sobre sus heridas, pero de lo que realmente es conciente es de su olor, una mezcla desconcertante de sudor, la lana del poncho que dejó su rastro en el buso, olores del camino salvaje que ha recorrido y que si bien son mas sutiles, se enroscan a los otros y los transforman de alguna manera en algo salvaje y libre como el origen de las madreselvas y los pinos que han dejado su recuerdo en él. Éste olor que la invade la tranquiliza, la hace boquear en un intento de saborearlo mejor, quiere que tome posesión de ella y la convierta en algo igualmente etéreo que la aísle de aquel cuarto relleno de realidad fatídica, Es Ignoto, recordó de repente, Este hombre es Ignoto, Esto terminó por serenarla y su mente sufrió sucesivos pasajes a una lucidez repentina que duró unos instantes y durante la cual intentó articular algunas palabras de disculpas, pero la lucidez se hun-dió bajo sus pies y cayó en un cansancio y una pesadez que la llevaron de la mano y a velocidades extremas hacia los confines infinitos e impredecibles del mundo de los sueños.

    El peso de ella se hizo de repente más notorio y su respiración se tornó acompasada y profunda, Ignoto comprendió enseguida que finalmente se había dormido, al fin ella podría descansar un poco de aquella angustia que tan repentinamente la había invadido y destrozado, como si desde el papel hubiera saltado una fiera dando mordiscos y zarpazos contra aquel pecho apenas protegido. Sintió alivio por ella, si, pero el humus sentimental se le retorció de pena y tristeza al enfrentarse con sus obligaciones morales, con su maldita moral, y compren-der que no podía tenerla así toda la noche, por más que hubiera esperado toda la vida para ello. La sombra híbrida se movió en el piso y se dirigió silenciosamente hacia el cuarto de Ale-jandra, atravesó el umbral y desapareció de la vista. Poco después, la sombra original de hom-bre reapareció en el comedor acercándose despacio a las patas de la mesa. Ignoto mira el papel, los dos papeles y el sobre azul que están en la mesa, estiró una mano trémula hacia el que había leído Alejandra pero se detuvo en el aire a medio camino, el muro se había levanta-do otra vez con todo su grosor medieval, el barro diluido se había vuelto a secar. La sombra original se deslizó hasta el perchero de donde Ignoto tomó su poncho y se dirigió hacia la pared contra el cuarto de Alejandra, allí se echó a dormir como tantas otras veces y muchas en peo-res condiciones, la sombra se unió a Ignoto convirtiéndolo en lo que somos todas las personas, huesos, carne y sombras. El último pensamiento de Ignoto fue dividido entre la mula que seguramente se había refugiado en el pequeño techo de la entrada, ya acostumbrada a las incle-mencias de la vida a la intemperie, y Alejandra, que dormía en su cama tapada hasta la barbilla y con olor a mujer y perfume suave y los labios entreabiertos en la penumbra. Afuera ya era noche entrada y la lluvia seguía.

    Alejandra Montes se despertó bruscamente al retumbar un gigantesco trueno, la tormenta todavía sigue, abrió los ojos y se quedó a la espera de que la vista se acostumbre y se enfoquen las aletas desdibujadas del ventilador del techo. Se siente un poco aturdida, no le llegan los conceptos de las cosas todavía, por ejemplo, ese ventilador lo mismo podría ser un sillón pegado al techo o un elefante rosado flotante, ella no distinguiría nada a excepto de for-mas y colores. Por suerte el aturdimiento pasó pronto y algunos pensamientos hilados en sucesiones coherentes comenzaron a surgir a flote, se dio cuenta de que está en su cama vestida, que tiene sed y le duele un poco la cabeza. Intenta levantarse para ir al baño con movimientos vacilantes, tiene que apoyarse en las paredes porque todavía las piernas no la sostienen del todo. Mientras se lava la cara y hace sus necesidades matutinas una serie de pensa-mientos rutinarios comienzan a despabilarla poco a poco, que hay que abrir el negocio y hacer los pedidos si el intermediario viene hoy, que hay que comprar las cosas para el almuerzo y la cena, esas cosas cotidianas que le dan formas repetitivas a al vida. Mucho más fresca ya, se vistió mirando la tormenta que explotaba tras la ventana, todo grisáceo y trizado en líneas, se dispuso a salir del cuarto para ir a hacerse el desayuno sin entender ni prestar atención a eso que le molestaba tanto por dentro, que andaba por ahí como una bestia que no se la ve pero que instintivamente se la percibe ahí, en el fondo oscuro mientras nadamos. Fue solo abrir la puerta y atisbar apenas la mesa del comedor con la botella vacía y los vasos casi llenos, el sobre azul y los dos papeles, y el más largo como una pesadilla pegajosa que estuvo esperando toda la noche para ser soñada y al no encontrar sitio en el sueño profundo y cansado de ella decidió esperarla en la mesa para vengarse con todo el peso de la realidad, Alejandra no pudo evitar que su cuerpo comenzara a temblar otra vez, pero tampoco perdió la compostura como anoche, incluso conservó el color en la cara. Todo el peso de aquellas palabras volvió a caer sobre ella como un balde de agua hirviendo, los ojos se le anegaron pero solo unas pocas lágrimas logran acariciar la cara otra vez antes de que un manotazo furioso las borre. Al ver los vasos recuerda que anoche no estaba sola y busca a Ignoto con la vista sin mirar abajo y a sus espaldas donde una figura inmóvil se aprieta contra la pared, que es él, ajeno a todo lo que ocurre en el mundo real en este momento. Alejandra lanza un suspiro y cree que Ignoto se fue ayer por la noche y con lluvia luego de que ella se durmió, Y ni siquiera cenó, piensa afligida, Pobre Ignoto, tengo que pedirle disculpas.

Va a la cocina y pone el agua a calentar al tiempo que prepara el café para colar, no se puede sacar la carta de la cabeza, no lo puede creer, su mente se niega a aceptar lo que allí dice como algo real, se dice a si misma que todo es un error, una colosal equivocación, se muerde los labios para no llorar y atiende la tetera que ya está chiflando con el agua lista. Fue recién cuando volvió al comedor y percibió el enorme bulto tapado con el poncho de viaje de Ignoto que se dio cuenta de que no estaba sola, casi suelta la taza y la cafetera del susto pero las deja en la mesa y va a fijarse como está el durmiente. El pelo negro y enmarañado asoma por un de los extremos del poncho y las botas de cuero por el otro, era lo único visible fuera del poncho, a pesar de la tristeza que le aprieta el pecho, Alejandra no puede evitar una sonrisa al comparar a Ignoto con un panqueque que se chorrea por los costados, se aleja despacio y va a buscar otra taza. El primer sacudón no lo despertó, el segundo más fuerte tampoco, recién al séptimo intento y ya probando a tirones del poncho con todas sus fuerzas logra Alejandra arrancar un leve gemido de Ignoto, seguido por un murmullo que ella no entendió pero que de ser amplificado hubiese sonado extrañamente similar a una mentada a la madre. Por fin Ignoto se da vuelta con una mano en la cara y murmura cosas tales como Ya, ya, maldita mula, ya te doy de comer, o No seas rompebolas y dejame dormir en paz pedazo de cosa peluda. De más está decir que Ignoto imagina bajo los efectos del sueño que los sacudones propinados por las delicadas manos y algún que otro puntapié de Doña Alejandra Montes no son otra cosa que el hocico y las pezuñas de su mula, despertándolo en cualquiera de los viajes donde no queda otra que dormir a la intemperie, craso error que es inmediatamente comprobado al abrir una de sus manazas peludas y ve entre los dedos en vez de la jovial cara del mula, el hermoso rostro enmarcado por hebras de pelo negro que se salvaron de la cola que se hizo Alejandra. Se inclinó torpemente, P- perdóneme Doña Alejandra pensé que era, Pero dejate de pavadas Ignoto y levantate que se te enfría el café, podés ir al baño y lavarte la cara antes si querés mientras te lo sirvo, yo te pido disculpas por lo que te hice pasar anoche y por haberte hecho dormir en el suelo como un animal de, Nada, Doña Alejandra, los amigos estamos para ayudar y en cuanto al lo de dormir en el suelo fue mi elección, pensé que tal vez me necesitara durante la noche, Bueno, en ese caso creo que por el momento está todo dicho, dale que te ayudo a le-vantarte. Ignoto fue al baño y regresó con la cara limpia (incluye esto barba, bigote y cejas) y los ojos despabilados con esa rapidez de quien acostumbra a levantarse temprano, excepto al regresar de viajes, claro.

Ahora están a la mesa con las tazas en las manos y las vistas clavadas cada uno en la suya. Ella intenta no hacer caso al dolor que siente e intenta desesperadamente encontrar las palabras para agradecer el abrazo de Ignoto anoche sin que suene insistente, y el piensa otra vez en qué será lo que dice esa carta, la que ahora está tan cerca en medio de la mesa, qué lastimó tanto a Alejandra. Finalmente Alejandra tomó la hoja con una mano que tiembla y sin decir nada la estira hacia Ignoto que levanta la vista pero no encuentra los ojos de ella como esperaba, están clavados en el círculo negro del café. Ignoto suelta la taza y agarra el papel con mucha suavidad, respira hondo y lo da vuelta, una fecha, Estimada Doña Alejandra Montes, explica en pocas palabras que el esposo de ésta, el Capitán de Infantería Mario Montes, ha fallecido durante un enfrentamiento contra los rebeldes, luego se extendía en una algarabía de palabras que intentan acaramelar inútilmente la verdad, cosas como murió por su patria y las Fuerzas Armadas no olvidarán a este hombre valiente que ofrendó su vida a cambio de justicia, etc. Finalmente dejaba claro que el Capitán ha sido enterrado por los sobrevivientes en el cementerio de la ciudad donde se libró la batalla, con honores y trompetas y que en el adjunto se especifican la dirección del lugar donde dicho enterramiento fue efectuado. Ignoto dejó la hoja en la mesa e hizo otro intento de buscar aquellos ojos verdes en vano, ella sigue concentrada en el café. No hay nada que decir, terminan cada uno su café en silencio y sin mirarse. Ya se están aprontando para salir, Ignoto se ajusta el poncho y ella se pone su impermeable, en la calle los reciben los rebuznos de la mula, el aire frío y una llovizna leve que los termina de des-pertar, Bueno Doña Alejandra, si necesita algo no dude en buscarme, yo tengo que irme, vendré a verla lo más pronto que pueda, Ignoto, ¿Si?, Gracias, Por nada Doña, se dieron la espalda y se alejaron chapoteando en direcciones opuestas, ella al único almacén del pueblo, él y su mula a terminar el viaje, a casa.

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